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Bearventura’17 -Microrrelatos 1-.

Llegó la hora de sentarse y escribir. De contar lo bonito y lo feo de ese viaje en moto en solitario por tierras ibéricas. Espero que las próximas líneas te resulten entretenidas y disfrutes de la lectura poco políticamente correcta y de los sucesivos capítulos de esta moto aventura.

No voy a poner fechas porque al fin y al cabo considero que son datos irrelevantes. Simplemente llegó el día y, tenía unos sentimientos contrapuestos merecedores de la consulta de un psicoanalista y un diván. Había llegado el momento y, una parte de mi estaba eufórica de alegría y, otra parte quería arrastrarme a perder el dinero de un billete, de unas reservas y de un sueño con la oferta de disfrutar de mi casa, de mi hogar. Que cómoda y a la vez cabrona puede llegar a ser nuestra zona de confort.


El barco que me llevaría a Huelva no estaba mal. Un minicrucero a lo low-cost, del que desee bajarme a las 8 horas de travesía; pero por el aburrimiento de ir solo más que por el barco en sí. Lo que sí eché en falta en las 30 y pico horas de navío fue una ducha. Terminé viendo pelis en la tablet, yendo al self-service o durmiendo en el sofá VIP como un playmobil, ya sabes… los brazos bien pegaditos al cuerpo y nunca hacer la gaviota.

La llegada a Huelva fue muy a mi estilo. Me perdí para no variar por no hacer caso al GPS pero es que me quería mandar por una zona industrial solitaria… y sí, tuve que parar, dar la vuelta y hacerle caso. Estaba tan perdido y se hacía de noche que me pareció mejor no llevarle la contraria. Pero esa no fue la gran anécdota del día cero. Me es imposible no escribirlo sin reírme al recordarlo; por fin llegué al hostal. El señor que me atendió salió a explicarme la ubicación del garaje que había contratado. Andamos hasta la primera perpendicular y desde allí me indicó la puerta gris que era. La calle era dirección contraria, pero me propuso pasarme el código de circulación por el forro del escroto y que accediera hasta allí en dirección prohibida. Le pregunté mejor el camino legal a lo que tendría que hacer un cuadrado desde la siguiente perpendicular girando siempre a la derecha, no era complicado. Allá vamos… En la esquina desde donde me hizo las indicaciones había un supermercado, me valdría de referencia.

Semáforo, derecha, llegar al fondo de la calle, derecha y otra vez derecha y -¡anda el supermercado!-. Me he pasado el garaje… toca dar otra vuelta.

Semáforo, derecha, llego al fondo de la calle, derecha, otra vez derecha, policía local (menos mal que no le hice caso con lo de coger por dirección prohibida), y puerta gris…

-Vaya, está abierta…-. entro y, al fondo tal como me indicó aparco entre la plaza 13 y la 16.

Por fin voy a darme una merecida ducha. Descargo la moto, le pongo el candado en el disco del sistema de frenado, alarma, y me voy cargado como una mula por todo el pasillo recto del garaje hasta la calle. Mientras voy pensando la lata que va a ser cargar y descargar la moto todos los días y también que las plazas de aparcamiento del hostal podían estar más cerca de la entrada y no al fondo del garaje pero bueno… ¡por fin en la calle! recorro 5 metros, quizás más y me paro.

– Espera.

Otra puerta gris cerrada… el supermercado… le doy al botón del mando y se enciende la luz naranja de la puerta que indica que se está abriendo la puerta…

– Mierda mierda y más mierda. ¡Acabo de meter la moto en un garaje que no es el mío!. -¡Joder porque me pasa esto a mí…!

Corro como alma que lleva el diablo antes de que se cierre la puerta del garaje erróneo, llego al fondo donde tengo a Buri aparcada a saber en la propiedad de quién y…

– Joder, joder las llaves del candado donde las he puesto…

Vuelvo a cargar la moto sin cerrar ni las maletas, y miro de reojo la puerta.

– ¡Por favor no te cierres, dame un minuto!-. Ya solo faltaba quedarme encerrado en un garaje equivocado… No se cómo salí de allí sin dejarme nada por detrás. Le doy al mando, abro el garaje correcto y siento un subidón de superación que ya podría darme vergüenza… menudo mérito el mío. Debía tener la tensión por las nubes del susto. Ahora si que necesitaba una ducha, estaba bañado en sudor.

Ahora me descojono pero en aquel momento quería llorar y que la tierra me tragara hasta su núcleo.

Demasiado épico empezaba todo esto…

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  Me llamo Matías Herrera Pérez, nací en Santa Cruz de La Palma el 24 de abril de 1982. En el seno de una familia trabajadora; padre agricultor y madre ama de casa. Solo tengo una hermana y, yo soy el pequeño de la familia. Estudié, trabajé y oposité al Estado buscando una estabilidad laboral y económica que llegó con esfuerzo y sacrificio. Los primeros destinos laborales me llevaron por diferentes puntos de la geografía española como; San Pedro del Pinatar (Murcia) y Cella (Teruel). A los pocos años regresé a la isla que me vio nacer, pero lejos de ser feliz decidí  pedir un nuevo destino, hacer las maletas y, empezar una nueva vida. Ahora resido en la isla de Tenerife y, por fin me siento libre. Me apasiona capturar momentos, ya sea con el propio teléfono móvil o con mi cámara de fotos y, por supuesto viajar; Conocer nuevos lugares y rincones de este mundo, en moto o con mochila y, acompañado por mi mejor tándem, mi pareja.

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